domingo, 26 de agosto de 2007

Masonería y Religión


Por: Mario Morales Charris 33º
Ven:. Maest:. Resp:. Log:. Lealtad No. 7
Ex Gran Maestro de la Muy Resp:. Gr:. Log:. del Norte de Colombia
Pres:. Gran Consejo de Cab:. Kadosch «Lealtad Nº 3», Cám:. 30°


Mucho es lo que se ha escrito sobre este tema tan profundo y complejo, por decir algo, no tiene límites. ¿La razón?, pues sabemos que la Masonería es una institución sui géneris, no excluimos a ninguna cultura, religión, tendencia política o ideológica. Pero, se encuentra cercada por lo religioso, lo político, lo filosófico, lo ético, lo intelectual, lo humanitario, etc. Sin embargo, lo que sí tiene la Masonería es una actitud vital y una orientación axiológica –ética y moral– que la han caracterizado a través de la historia. Luego, podemos afirmar –como lo vimos en la Plancha Masónica Nº 10– que existe un espíritu y una ética Masónicos, excluyendo consideraciones metafísicas o subjetivas. La ética busca que los actos humanos se orienten hacia la rectitud. Con esto se indica el estudio de aquellos actos que contribuyen al perfeccionamiento humano. La rectitud puede entenderse como la concordancia entre nuestras acciones con la verdad o el bien, y significa la pauta apropiada para el desarrollo de nuestra naturaleza. Los seres humanos nos perfeccionamos cuando nuestras acciones son rectas, buenas o virtuosas, y es precisamente uno de los fines de nuestra Institución.

Sabemos igualmente que la ética de la Masonería es la ética de la libertad, de la razón y de la TOLERANCIA, llegar a sus dominios constituye un hacer y una búsqueda permanente, no sólo del individuo como tal, sino de toda la humanidad. La libertad absoluta de conciencia, nos libra de los prejuicios que el oscurantismo y la ignorancia trae aparejados, nos coloca en condiciones de poder gobernar nuestros actos en todos los órdenes sociales y caminar por la vía que nos marca la regla, hacia el perfeccionamiento moral e intelectual, librándonos de ser víctimas de las pasiones a que está sujeta la materia dominando nuestros instintos; de buscar en las fuentes del saber y a la luz de la ciencia; de ser nosotros mismos los arquitectos de nuestro propio destino, labrando y perfeccionando nuestra piedra bruta.

La Masonería defiende la libertad del pensamiento, porque sin ella no puede haber civilización ni cultura posible. Los Masones defendemos la libertad del sufragio, porque es la piedra angular donde descansa la soberanía de toda nación. Y defendemos la libertad de cultos, porque sólo con la tolerancia podemos darnos cuenta de la sinceridad de nuestra conciencia.

Luego de esta breve introducción, con el presente ensayo, nos proponemos estudiar sucintamente la esencia de la religión, su historia, problemas de la Masonería con la Iglesia Católica y en lo posible haremos un esfuerzo por resolver algunos interrogantes que nos hacemos, de manera frecuente, tanto Masones como profanos: ¿qué es en el fondo la religión? ¿Es de origen únicamente subjetivo? ¿Es de origen únicamente social? ¿Tiene acaso un origen objetivo? ¿Cuál es el proceso histórico de desarrollo de la religión? ¿Cuál es su esencia? ¿Es la Masonería una religión? ¿Es antirreligiosa la Masonería?

Esencia de la religión.
Este concepto entra en el campo de la forma religiosa de la conciencia, que es una de las estructuras de la conciencia social, puesto que existen otras, tales como la conciencia moral, política, estética, etc., e inclusive, podríamos mencionar, para nuestra Orden: la forma de la conciencia Masónica. Por tanto, e1 asunto de la religión se reduce al problema fundamental de la filosofía: ¿qué es lo primario? ¿La materia o el espíritu? De acuerdo a la respuesta que demos, estaríamos asumiendo, según el caso, una posición idealista y teológica o una posición materialista y atea, que son dos respuestas diametralmente opuestas y contradictorias a la cuestión fundamental de la filosofía. Por consiguiente, el idealismo es la concepción no científica; mientras que el materialismo es la concepción científica del mundo, cree que la naturaleza, o sea la materia, es el elemento principal.

Si partimos de la tesis materialista de que la religión es una representación ilusoria e imaginaria de la realidad, significa que el sentimiento religioso no le viene dado al hombre en forma innata, no nace con é1, sino que tiene como base a las fuerzas y fenómenos del mundo material, lo que sucede es que las fuerzas naturales son reflejadas por el hombre en forma desfigurada, fundadas sobre el desconocimiento de las causas verdaderas de los fenómenos naturales y sociales, de modo que su esencia no es meramente subjetiva sino fundamentalmente objetiva. Luego, la creencia y la fe en lo sobrenatural, es decir, en lo que crea la fantasía constituye la esencia de la religión. Así tenemos, por ejemplo, que los primeros seres humanos, totalmente ignorantes, por no poseer conocimiento alguno del mundo que los rodeaba y de ellos mismos, atribuyeron a seres sobrenaturales todo lo que les ocurría. Sobre el fundamento de los sueños, concibieron la idea de una doble existencia; creían que al dormir y, por tanto, soñar, ese “doble” abandonaba el cuerpo que permanecía inactivo. Ese “doble” dio origen a la idea de alma, que más tarde, al desarrollar las diferentes formas de la conciencia religiosa, dio lugar a la formación de la inmortalidad del alma, luego aparecieron los Dioses como seres más poderosos que el hombre, que los imaginaban en forma de hombres o de animales, es decir, como cuerpos materiales. Más tarde, las almas y los Dioses, y, después, el Dios único, se concibieron como pensamientos puros o espíritus puros. Por último, se llegó a la conclusión de que hay en la realidad espíritus que tienen una vida completamente específica, completamente independiente de la de los cuerpos, y que no necesitan cuerpos para existir.

Es importante plantear, que desde el punto de vista epistemológico, tanto el idealismo como la religión tienen sus orígenes en el proceso mismo del conocimiento de la realidad circundante por el hombre. El surgimiento del idealismo y de la religión se da en las abstracciones más elementales, cuando éstas han perdido su nexo con los objetos reales, dando lugar a que lo general, el concepto o idea sea considerado como un ser independiente, autónomo. Así apareció la idea de que existen espíritus independientes de los objetos y que, por ende, pueden existir sin ellos, de esto surge la creencia de que el mundo fue creado por un Dios o varios Dioses.

Tampoco podemos perder de vista que los orígenes de la religión en las sociedades donde existe la explotación de una clase por otra son de carácter social y residen en el yugo de la explotación y en el carácter ciego y espontáneo del desarrollo de la sociedad. Bajo el imperio de la propiedad privada, todo el conjunto de las relaciones de producción se contrapone al hombre como una fuerza exterior que le es extraña. Esta fuerza extraña al hombre produce el hambre, la miseria, la inseguridad que encuentra su reflejo en la religión.

En la sociedad de clases, los explotadores utilizan la religión para contaminar la conciencia de las masas inculcándoles la resignación, la obediencia, la humillación, la cobardía y el desprecio a los bienes terrenales en aras de una recompensa en el cielo, mientras que a ellos les preceptúa una caridad que les sirve de justificación a su existencia de explotadores y corruptos.

Es interesante, también, conocer la tesis sobre la eternidad de la materia y el movimiento. Pues ésta niega por completo la existencia de otro ser eterno fuera de la materia y de su movimiento que le es inherente. Efectivamente, si la materia es primaria y eterna, no se puede crear ni destruir, sino que es la causa interna final de todo lo existente, en el mundo en el que la materia es la causa primaria y el origen de todo, no queda lugar ni para Dios ni para fuerzas sobrenaturales.

La dialéctica científica sostiene que la materia existe en el espacio y en el tiempo. Por consiguiente, el universo no ha podido crearse por Dios, ya que para hacerlo hubiese necesitado del tiempo que no ha sido en ningún momento, puesto que para Dios, el tiempo no existe. Del mismo modo, hubiera necesitado del espacio, pero Dios como es espíritu puro, está fuera del espacio, es decir, no existe en ninguna parte. Luego, habría sido necesario que el mundo surgiera de la nada, pero de la nada, nada se hace.

En conclusión, un ser fuera del tiempo es un absurdo tan grande como un ser fuera del espacio, por lo que la idea de Dios, la idea del puro espíritu creador del universo es imposible, porque un Dios fuera del espacio y del tiempo es algo que no puede existir, es lo que la ciencia, el conocimiento racional y sistemático no puede admitir.

Breve historia de la religión
La religión, como cualquier otro proceso natural o social tiene su historia, de ahí que, la religión no es eterna; aparece en la sociedad primitiva como expresión de la impotencia del hombre en su lucha contra las fuerzas naturales que lo dominaban. En esta situación, los hombres primitivos atribuyeron a los fenómenos materiales cualidades supraterrenales. A esta forma religiosa se denomina “deificación de la naturaleza”, o sea, el estado animista de representación. Así surgieron los mitos, las leyendas religiosas y toda clase de deidades y fantasías, como ocurre inclusive hasta ahora.

El politeísmo surge al desintegrarse la comunidad primitiva para dar paso al surgimiento y desarrollo del sistema esclavista. La pluralidad de Dioses y su personificación guardan íntima relación con el proceso de formación de clases antagónicas: Dioses superiores como representación de las clases dominantes y Dioses inferiores que representaban a las clases dominadas.

El monoteísmo se manifiesta con el desarrollo de la sociedad, cuando el régimen esclavista es reemplazado por el modo de producción feudal. En el feudalismo se robustece el Estado, aparecen las formas absolutas de gobierno, y por tanto, aparece la idea de un Dios único y absoluto que reflejaría los intereses de los señores feudales en mengua de los intereses de los siervos de la gleba. Los Dioses de las religiones monoteístas son como una “síntesis” de los viejos Dioses tribales; por eso, el monoteísmo hace concesiones al politeísmo al reemplazar el culto a los Dioses por el culto a los santos.

Finalmente, el origen del pensamiento religioso debe considerarse en estrecha relación con el proceso histórico evolutivo del desarrollo del hombre, de su cultura material y espiritual. Esta forma imaginaria de reflejarse la realidad expresa al mismo tiempo la naturaleza de la persona, el nivel de conocimientos del mundo, de 1a sociedad en que vive y de sí mismo.

La Masonería y El Gran Arquitecto Del Universo
Los Masones estamos en contra de que la religión se tome como un fideísmo ingenuo, es decir el creer por el creer o como un simple dogmatismo. En cambio, estamos a favor de ciertas convicciones que se tomen racionalmente, producto de la reflexión espiritual o como resultado de la autovaloración crítica personal de esas ideas, pero nunca como consecuencia omnímoda de la tradición, de la rutina o de otros motivos extrínsecos (como los milagros, las apariciones). Por eso, la Masonería rechaza la intolerancia religiosa manifestada por el fanatismo, la superstición y la ignorancia.

La Masonería hace énfasis en distinguir aquello que puede ser racionable respecto del uno o el todo, lo último o infinito, la realidad en si, la causa primera, la eternidad, etc. De aquello que es mítico, de lo que corresponde al pensamiento mágico, de lo que no tiene lógica, de aquello que es contrario a la razón. La tolerancia Masónica considera que la creencia en Dios debe pertenecer al ámbito de lo que es racionable. Creer en Dioses, ángeles, demonios, santos, las mil vírgenes, los espíritus, almas en pena, cielos, infiernos, purgatorios, maldiciones divinas, etc., corresponde ya al campo de las creencias religiosas que se incluyen en el campo de las convicciones irracionales.

La Masonería, como tal, no posee ninguna doctrina vinculante acerca del G:. A:. D:. U:. e1 principio universal Masónico es el de que la Masonería no tiene dogmas, sino símbolos, y que éstos no tienen un sentido unívoco vinculante. El G:. A:. D:. U:. no es más que eso: un símbolo, una fórmula. Como nos dice Yung, el símbolo es “la expresión de algo relativamente desconocido, que no puede ser transmitido de otra manera”, precisamente porque tanto Dios como el Gran Arquitecto son algo relativamente desconocidos, pero de ese desconocimiento no se concluye lógicamente su existencia. Desde luego que hay excepciones, como ocurre en los Estados Unidos, en donde se habla, según PIKE de Morals and dogma, se piensa que la Masonería es una forma particular de religión, que su rito es un equivalente de un culto y que sus Landmarks podrían tener una función de dogmas.

Como lo hemos expresado en otros ensayos, en el Gran Oriente de Francia se hizo una reforma de su ritual en 1884, en las cuales se suprimió la necesidad de invocar al G A\ D\ U\, asunto que en la actualidad dio lugar a la formación de logias estrictamente racionalistas que se fundamentan en el principio de una libertad absoluta de conciencia, suprimen, inclusive, la necesidad de colocar la Biblia como Libro de la Ley. Esta situación nos conduce a lo que constituye el ateísmo, y trajo como consecuencia que sean consideradas por la Masonería conservadora de la Gran Logia de Inglaterra como “irregulares”.

Para finalizar esta parte de nuestras reflexiones, no podemos dejar en el tintero lo que tiene que ver con los “deberes del Masón” acerca de Dios y la Religión, recopilados en las Constituciones de Anderson en 1723, donde obliga al Masón a “obedecer la ley moral” y a “la religión que todo hombre acepta”, y “si é1 entiende correctamente el arte no será nunca un ateo estúpido ni un libertino irreligioso”.

Entender el arte se refiere a la práctica de las virtudes Masónicas. Aquello de ateo estúpido se refiere al Masón que pertenece al género ateo que no debe ser un estúpido ateo, es decir, dogmático y fanático del ateísmo, similar al fideísmo ingenuo, dogmático. Por lo tanto, la religión a que se refiere Anderson se concreta en la honradez, probidad, rectitud y hombre de bien, independientemente de las particulares creencias de cada cual en materia religiosa. Así vemos que Anderson tenía claro que la Masonería no es una religión, ni tampoco es irreligiosa, ni un apéndice de las religiones organizadas y mucho menos pretendía sustituir la religión. Sólo quiso fortalecer esa fraternidad eliminando todo posible motivo de desavenencia, que debería ser “en adelante” la principal preocupación de los Francmasones. De esta suerte la Masonería es el CENTRO DE UNIÓN y el medio de conciliar la verdadera fraternidad entre personas que hubieran permanecido perpetuamente distanciadas.

Masonería e Iglesia Católica

En esta parte de nuestras reflexiones, nos proponemos a describirles uno de los problemas mas grandes que se vienen dando desde hace unos de 280 años, nos referimos al antagonismo existente entre la Iglesia Católica y nuestra Orden.

Es sabido que no fueron los Sumos Pontífices, las primeras autoridades que condenaron a la Masonería; mucho antes lo hicieron los franceses y los holandeses sin mucho éxito, pero hay que reconocer que el veto de la Iglesia Católica fue el obstáculo mas fuerte con que se encontró nuestra Institución en su camino de expansión, porque aquella se sitúo frente a esta en una posición beligerante, de quien no admite otra cosa que la rendición incondicional.

Es difícil comprender porqué los Papas se pusieron en contra de la Masonería, si todas las demandas éticas e ideológicas de ésta en su etapa especulativa, estaban ya contenidas en los libros sagrados del cristianismo pero bajo otra concepción como lo vimos arriba.

La Masonería respeta y ha respetado siempre las creencias religiosas de cada cual; y pretende la regeneración moral del hombre, en una palabra es su doctrina, la de una escuela de filosofía y no de teología, cuyo fin exclusivo es concentrarse en el hombre sobre la faz de la tierra. Incluso, se prohibía discutir en las logias sobre política y religión, situándose de esta manera al margen de las cuestiones que mas dividen a los hombres, limitándose a aquellas otras en las que le seria fácil coincidir a todos los hombres, cualesquiera fuese su religión, su raza o su nacionalidad.

Es posible suponer que los Sumos Pontífices romanos condenaron inexorablemente a la Masonería primero, por la mentalidad protestante de los fundadores de la Masonería especulativa y por la pérdida de poder. Pues de todos es sabido que la Iglesia Católica en la edad media era quien mantenía el poder en la Masonería Operativa, época en que nuestros HH:. constructores erigieron las grandes catedrales y donde no había cabida a otro credo religioso. Segundo, por el laicismo que se desprendía de sus postulados; y tercero, por la vocación política unitaria que tuvo en Italia y en Francia desde sus comienzos.

La Iglesia Católica descubrió sin tardar mucho, el peligro que para sus intereses entrañaba la actividad Masónica, reaccionando el Papa Rey en su nombre, empleando las dos armas, que en su doble calidad de soberano espiritual y terrenal podía disponer, la excomunión de fronteras para afuera y la excomunión y los tribunales de justicia de fronteras para adentro.

Pensando con la lógica de hace mas de 200 años, cómo el Papa y las estructuras eclesiásticas de entonces pudieron así, de la noche a la mañana, despojarse de una larga tradición que justificaba su poder en una sociedad teocrática, y admitir lecciones de moral y la doctrina de la libertad de conciencia y de igualdad civil, que configuraban un proyecto de sociedad, en la que el poder religioso debería limitarse a su campo especifico.

El Papa, dotado de un inmenso poder, y pensando que podían verse afectados los basamentos que sostenían a la iglesia, no pudo obrar de otra manera, porque la Masonería, aparte de ser una escuela de buenas costumbres, centro de comunicación y fuente de pensamiento, albergaba en su interior, ideas tales como los derechos del hombre y del ciudadano, la libertad de conciencia, la democratización del poder político, el antidogmatismo científico y religioso y el racionalismo como método de conocimiento entre otras, que necesaria e inevitablemente tenían que ser repelidas por los poderes tradicionales, cuyo fundamento lo constituían justamente las contrarias.

El secreto Masónico, fue el punto de acusación fundamental en contra de la Orden. Los hombres, en general, y aun mas las autoridades, suelen desconfiar y hasta tener miedo de todo aquello que no llegan a comprender, la creencia en el mal les hace suponer que allí debe esconderse algo indeseable, por lo tanto atribuyen fácilmente malas intenciones aun donde no haya la menor señal de ellas. De esta forma nace la sospecha y se pasa, muy fácilmente a la acusación, a la condena y a la persecución.

No obstante que las relaciones entre la Orden Masónica y la Iglesia católica han sido siempre difíciles y cargadas de problemas, con todo, podemos establecer tres momentos en ellas: dos períodos puntuales de tensión y enfrentamiento, el primero, se dio en el siglo XVIII y el segundo, en el siglo XIX, y un tercer período de serenidad y acercamiento, especialmente de la Masonería a la Iglesia católica, que ha sido perturbado por algunos sectores fundamentalistas en materia religiosa y de ultraderecha en orientación política.

Rápidamente miremos cada uno de ellos. El Siglo XVIII, ve nacer formalmente la Masonería con las Constituciones de 1723 de los pastores Anderson y Desaguliers y es una centuria llena de zozobra y persecuciones contra la Masonería. Realmente, fueron escasos los Gobiernos y los Estados que no prohibieran la Masonería y las reuniones de Masones. En realidad la Corte de Roma o la Santa Sede no fueron los primeros ni los únicos en condenar y prohibir la Masonería. En 1735 lo hicieron los Estados Generales de Holanda; en 1736, el Consejo de la República y Cantón de Ginebra; en 1737 son la Francia de Luis XV y el Príncipe Elector de Manheim en el Palatinado, Hamburgo y Federico I de Suecia en 1738; María Teresa de Austria lo hará en 1743; en Aviñón. París y Ginebra en 1744; en 1745 el Cantón de Berna, el Consistorio de Hannover y de nuevo París, incluso el Gran Sultán de Constantinopla lo hará en 1748; Carlos VII de Nápoles (futuro Carlos III de España) y su hermano Fernando VI de España en 1741; en 1763 los Magistrados de Danzintg; en 1770 el Gobernador de la Isla de Madeira y los Gobiernos de Berna y Ginebra; en 1784 el Príncipe de Mónaco y el Elector de Baviera Carlos Teodoro; en 1785, el Duque de Baden y el Emperador de Austria José II; en 1794 el Emperador de Alemania Francisco II, el Rey de Cerdeña Víctor Amadeo, y el emperador Ruso Pablo I; en 1798 se suma a los perseguidores Guillermo III de Prusia, éstos solo para citar los más conocidos. No hubo entonces suelo europeo, donde no se persiguiera a la Masonería, claro está todo bajo la influencia de la Iglesia Católica por las prohibiciones y condenas de los Papas Clemente XII en 1738 y Benedicto XIV en 1751, así como en el Decreto del Cardenal Firrao para los Estados Pontificios en 1739.

Es preciso anotar que en ese momento histórico los cargos que se le hacen a la Francmasonería se refieren al Secreto riguroso con que los Masones se protegían y al juramento que ellos hacían. Cargos que permitieron aplicarles el derecho, heredado del Imperio Romano, que consideraba como ilícita, subversiva y un peligro para la tranquilidad de la religión oficial, el buen orden y la tranquilidad de los Estados, a toda asociación o grupo no autorizado por el Gobierno.

A estos motivos que podrían llamarse de Estado, que tuvo la Roma Antigua para perseguir a los primeros cristianos, los Papas Clemente XII y Benedicto XIV agregaron el considerar a los Masones y a sus reuniones como sospechosos de “herejía”, y argumentaron a favor de este criterio el hecho de que los Masones admitían en sus reuniones a todo tipo de individuos, fueran católicos o no católicos, y sancionaron con pena de excomunión a los Masones.

Esta drástica medida para combatir la Masonería está claramente establecida en el Edicto del Secretario de Estado del Vaticano, el Cardenal Firrao, promulgado el 14 de enero de 1739, en el que se dice “que las reuniones Masónicas eran no sólo sospechosas de herejía, sino, sobre todo, peligrosas a la pública tranquilidad y a la seguridad del Estado Eclesiástico, ya que de no tener materias contrarias a la fe ortodoxa y al Estado y tranquilidad de la República, no usarían tantos vínculos secretos”. Una consecuencia inmediata y directa de este edicto fue la pena de muerte, confiscación de bienes y demolición de las viviendas de los Masones. Asimismo, se dio también como resultado del mencionado edicto la creación del llamado delito de Masonería, pues en las naciones con gobiernos confesionales, los Masones fueron perseguidos no por serlo, sino por ofensa a la religión católica, puesto que estaban excomulgados, fundamentándose el delito de Masonería en la lesión del orden religioso católico, y desde el momento que éste se tenía como base de la Constitución de los Estados católicos, el delito eclesiástico automáticamente pasaba a concebirse y castigarse como delito político.

Lo anterior explica porqué en ningún documento del Siglo XVII incluidas las bulas de Clemente XII y Benedicto XIV, se prohíbe la Masonería en cuanto a institución, sino “las reuniones de Masones”, las cuales se señalan con nombres disímiles en la bula In eminenti del Papa Clemente XII, como son Asambleas, Conventículos, Juntas, Agregaciones, Círculos, Reuniones, Sociedades, etc.

El segundo momento de las relaciones entre la Masonería y la Iglesia Católica se presenta en el siglo XIX. Viene marcado este período por la aparición de las sociedades patrióticas y políticas, por un lado, y el impacto de la Revolución Americana, primero, y luego de la Revolución Francesa en los soberanos absolutistas de la Europa del Congreso de Viena que no se resignaban a perder su poder. Situación que le merecer especial preocupación a Roma.

Sabido es, que ambas revoluciones van a contar entre sus líderes y víctimas a muchos Masones e incluso sacerdotes católicos que se supo en ese momento pertenecían a la Masonería, como es el caso del cura católico Gallot, que fue más tarde elevado a la condición de beato por la Iglesia Católica. El valioso papel de la Masonería en ese momento histórico creó dos situaciones diferentes. Por un lado, en los países anglosajones, como Estados Unidos, Gran Bretaña y países nórdicos, la Masonería adquirió prestigio social y tuvo presencia política, inclusive con figuras del clero no católico. Es así como los Reyes de Inglaterra y Suecia pertenecían a la Masonería en sus respectivos países y gran parte de los presidentes de Estados Unidos militaban en sus filas.

En cambio, en los países católicos los ideales de la Masonería, confundidos e identificados en gran medida con los del liberalismo, suscitaron por parte de la Iglesia católica y de los gobiernos absolutistas de la época una dura reacción contra la Masonería, originada en la conocida unión del Trono y el Altar en defensa de sus respectivos poderes. Esta imagen de la Masonería Latina Europea fue la que atrajo a los líderes de la revolución Hispanoamericana, Miranda, Santander, Nariño, Bolívar, San Martín, etc.

De manera que en los primeros años del siglo XIX el enfrentamiento Masonería-Iglesia católica va a darse dentro de los marcos de interpretación de las revoluciones americana y francesa y de las consecuencias surgidas alrededor del denominado mito del complot Masónico-revolucionario, difundido por el abate Barruel. Este famoso mito atribuyó a la Masonería la creación de grupos de subversión, levantados en armas contra los gobiernos de los Estados, y que hostilizaban en la lucha armada a la Iglesia católica, como la renombrada Carbonería Italiana. La profusión de estas sociedades secretas las atribuyó la Iglesia a los Masones, evitando así que la Masonería Latina Europea pudiera, al igual que la Anglosajona evolucionar rápidamente en su crecimiento y desarrollo.

El Vaticano no desaprovechó la oportunidad para mantener la prohibición y la condena contra los Masones y sus reuniones, llegándose inclusive a considerar a la Masonería como una “Sociedad clandestina cuyo fin era conspirar en detrimento de la iglesia y de los poderes del Estado”. En este sentido, se pronuncian la Constitución Ecclesian Christi de 1821 promulgada por el Papa Pío VII y la Humanum Genus de 1884, dada por León XIII. Pío IX y León XIII en el ánimo de mantener la confrontación con la Masonería, se refirieron a ella en sus documentos y alocuciones, en más de 2.000 ocasiones.

En este período crítico de las relaciones entre ambas Instituciones, la Iglesia llegó inclusive a afirmar que la Masonería atacaba “los derechos del poder sagrado y de la autoridad civil”, que “conspiraba contra la Iglesia y el poder civil”, que “atacaba a la iglesia y los poderes legítimos”. En Humanum Genus, León XIII afirma que el último y principal de los intentos de la Masonería “era el destruir hasta sus bases todo el orden religioso y civil establecido por el cristianismo, levantando a su manera otro nuevo con soportes y leyes sacadas de las entrañas del naturalismo”. Afirma también que “la secta masónica tiene empeño en llevar a cabo las teorías de los naturalistas” y que “mucho tiempo ha que trabaja tenazmente para anular en la sociedad toda injerencia del magisterio y autoridad de la Iglesia y a este fin pregona y contiende deberse separar la Iglesia y el Estado, excluyendo así de las leyes y la administración de la cosa pública el muy saludable influjo de la religión católica”.

Como consecuencia de este enfrentamiento originó que en el Congreso Internacional de Trento se le diera a la Masonería un trato que llevó a la Orden Masónica de los países latinos a pregonar y practicar un exacerbado anticlericalismo y laicismo.

El resultado final, ya en los albores del siglo XX, es que el Código de Derecho Canónico promulgado el 27 de mayo de 1917, después de la muerte de León XIII, recogió la doctrina jurídica de la iglesia sobre la Masonería, especialmente las de Pío IX y León XIII. Es así como en el canon 2335 se confirman las disposiciones pontificias del siglo XIX, precisando la sanción al establecer que “los que dan su nombre a la secta masónica o a otras asociaciones del mismo género, que maquinan contra la Iglesia o contra las potencias civiles legítimas, incurren ipso facto en excomunión simplemente reservada a la Sede Apostólica”.

Es precisamente en este período lleno de agrios y duros enfrentamientos entre la Masonería y la Iglesia católica cuando en 1928 José María Escrivá de Balaguer funda el Opus Dei. Desde su creación la nueva congregación aglutinó a los miembros más ortodoxos y fundamentalistas del clero católico, quienes comenzaron su trabajo misional con esos sectores de la feligresía.

En realidad de verdad, La Obra debió ser un propósito que tal vez se anidó en el ánimo de Escrivá desde mucho antes de 1909 y cuyos orígenes pueden rastrearse en el primer decenio del siglo, alrededor del periódico “El Debate” perteneciente a la escuela del Real Patronato de Santa Isabel, en donde él ejercía como profesor de Filosofía y de Deontología; o en sus relaciones estrechas con la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, la cual desde “El Debate” impulsaba de manera dogmática su creencia religiosa. Esta Asociación de propagandistas fundada en 1909 por el sacerdote jesuita Ayala tenía como fin “formar unas minorías escogidas, compuestas de hombres ‘apostólicos’ pertenecientes a las más variadas profesiones sin que tuviesen necesidad de hacer un voto especial de carácter religioso”; o en sus cercanas relaciones con Gil Robles fundador de la “Confederación Española de los Derechos Autónomos” partido político de carácter religioso.

Todas estas relaciones y amistades con el más crudo sectarismo religioso español y la violenta derecha hispana, fueron caldo de cultivo del Opus Dei. Si a esto agregamos el momento histórico en que se da, al que nos hemos referido antes, es posible entender que el Opus Dei fuera desde sus inicios un ariete que golpeó de manera sistemática a la Masonería y a los Masones. Situación que habrá de verse de manera muy especial y concreta en España, en donde la Masonería fue soporte activo y combatiente a favor de la República, mientras que la gran mayoría de la Iglesia católica, especialmente sus más altas jerarquías lucharon a favor de las fuerzas de franco.

Este carácter antimasónico del Opus Dei, enraizado en su mismo nacimiento, va a generar otra de las características, ésta coincidente con la Masonería, y fue la de utilizar algunos de los principios filosóficos esenciales de nuestra Augusta Institución en su ideario religioso, además de que sus miembros se someten a un rito de iniciación secreto, pero marcando su trabajo social, en salud y educación, con postulados políticos muy diferentes a los de la Masonería. Es decir, de alguna manera José María Escrivá buscó formar una Masonería para los sectores más recalcitrantes y dogmáticos de la Iglesia católica.

Esta actitud del fundador del Opus Dei pretendió atraer también hacia La Obra y alejar de la Masonería a los sectores más tolerantes del clero católico y de su feligresía creyente. Este aspecto del Opus Dei necesariamente tenía que producir, recrudecer y mantener las diferencias con la Orden, especialmente en España, México y Brasil.

Creado ya el Opus Dei, se va a presentar el tercer período, cuyo punto de referencia más importante es la celebración del Concilio Vaticano II (1961-1965), en cuyas conferencias habrá de darse una tendencia mayoritaria de aproximación entre la Masonería y la Iglesia católica. En este sentido, los Obispos de Méjico, Monseñor Sergio Méndez Arceo y de Brasil, el sacerdote jesuita Riquet, junto con la mayor parte de la Iglesia francesa, holandesa y escandinava lideraron este acercamiento. Hay que destacar que uno de los más interesados en que este acercamiento cristalizara fue el buen Papa Juan XXIII, quien en 1963 hizo pública una oración dedicada a la Masonería.

De todo lo expresado, podemos concluir que:
  • La Masonería es una institución orgánica fraternal de la moralidad más absoluta. Dentro de sus objetivos está combatir el vicio, el fanatismo, la ignorancia y procura por el perfeccionamiento del ser humano.
  • La Masonería es antidogmática. Por tanto, no es una religión, pero tampoco es irreligiosa. Pues admite en su seno a personas libres, rectas y de buenas costumbres sin importar su credo religioso. Estamos a favor de ciertas convicciones que se tomen racionalmente, producto de la reflexión espiritual o como resultado de la autovaloración crítica personal de esas ideas.
  • Los dogmas en general y los religiosos, intrínsecamente intolerantes; aparejados al fanatismo como obnubilación de la razón, constituyen el germen que produce la mayor parte de las intolerancias conocidas. Es el caso de la Iglesia Católica en relación con la Masonería.
  • El Opus Dei es una congregación de carácter religioso, con características de secta, y, por ende, dogmática, al servicio del fundamentalismo y la ortodoxia de la Iglesia católica. La Masonería, por el contrario, es una filosofía, carente de etiqueta religiosa, filantrópica, ética y apolítica.

1 comentario:

enrique dijo...

soy teólogo, profesor de religión y moral. La verdad que el NO pertenecer a una religión me ha alivinado la vida, en lo personal no creo que Jesucristo persiga a nadie, el es el ejemplo de tolerancia, búsqueda de la igualdad incluso su deseo en la tierra fue la libertad para los oprimidos, lastima que el ser humano, en el nombre de Dios quiera imponer sus ideas y pensamientos incluso por sobre los de Dios mismo. Enrique Paredes Wittig