viernes, 10 de agosto de 2007

El Estado Esclavista de Roma




Por: Mario Morales Charris 33º
Ven.·. Maest.·. Resp.·. Log.·. Lealtad No. 7
Ex Gran Maestro de la Muy Resp.·. Gr.·. Log.·. del Norte de Colombia Pres.·. Gran Consejo de Cab.·. Kadosch «Lealtad Nº 3», Cám.·. 30°



A comienzos del primer milenio a. d. n. e., aparecen en Italia varias civilizaciones, destacándose, sin lugar a dudas la etrusca, la cual se forma plenamente en el siglo VIII de esa época –antes de florecer la civilización romana– en una área comprendida desde Toscana al Lacio, al oeste del Apenino, fundamentalmente en la antigua región de Etruria. Su procedencia ha sido un asunto de mucho debate. En efecto, la mayoría de los arqueólogos opinan que emigraron desde una región de Asia Menor, aunque no exactamente de Lidia, como supuso Heródoto, sino posiblemente de algún lugar entre Siria y Helesponto (Dardanelos).

Los etruscos eran buenos negociantes y comerciaron con Grecia y Oriente: vendían minerales y productos agrícolas y compraban objetos de arte, telas, perfumes y joyas. Buenos agricultores, también supieron industrializarse y terminaron vendiendo trípodes, bronces, lámparas y objetos de arte a los propios helenos. En ese entonces, la Italia protohistórica era un país de aldeas y los etruscos representan una cultura esencialmente urbana. Sin embargo, no alcanzaron a establecerse en un Estado único, sino que se asentaron alrededor de cada ciudad; los vínculos entre ellos eran de carácter religioso. Más tarde, en el s. IV, es conocida una confederación, de doce ciudades, en donde su forma de gobierno era la monárquica, dominada por la clase aristocrática. La escala social descendía a una numerosa ciudadanía libre y dos categorías de esclavos, unos –los más instruidos– destinados al placer, otros al trabajo. De la misma manera les gustaban los espectáculos gimnásticos, pero no al estilo griego: en todo caso, de ellos proviene el mucho más grosero circo romano. En cambio, amaban el teatro y la música y tenían una cultura muy avanzada y refinada.

Desde el punto de vista territorial, los etruscos ocupan ya en el s. VI gran parte del Lacio y de la Campania, subyugando a la naciente Roma durante la monarquía de los Tarquinos. Se extienden hacia el norte por el valle del Po, pero en los ss. VI y V son atajados por los celtas, y hacia el sur son absorbidos por Roma.

En materia religiosa contaban con muchos componentes típicos a la griega, entre ellos la triada de dioses: Tinia, Uni y Menrva, de la cual se deriva la romana: Júpiter, Juno y Minerva. Asimismo le aportaron a la siguiente civilización romana un elemento primordial: la adivinación.

La historiografía moderna explica el nacimiento de Roma como resultado de la fusión de los latinos y sabinos del Lacio con los etruscos, heredando el sistema de gobierno de estos últimos. Desde un comienzo, cuando Roma se perfila como núcleo urbano, estuvo regida por un sistema monárquico; o sea que la ciudad-Estado es gobernada por un rey (rex) elegido por un consejo de ancianos (senatus). Aunque la tradición nos cita ocho reyes sabemos que fueron más y su orden de reinado distinto. El primero, Rómulo, de carácter mítico, considerado como su fundador, según la tradición en 753 a. d. n. e., Desde esta fecha cuentan los romanos su fundación: ab urbe condita (desde la fundación de la ciudad). Luego continuó Tito Tacio, que según la historia fue asociado al trono por Rómulo. Le sucedió Numa Pompilio, a quien se le atribuye el establecimiento de las colectividades religiosas. El cuarto rey sería Tulio Hostilio, quien aplicó una política de expansión en el Lacio que finalizó con la destrucción de Alba Longa. Después vino Anco Marcio, de quien se dice fue el fundador del puerto Ostia, cerca de la desembocadura del Tiber. De los tres últimos reyes –Tarquino el Antiguo, Servio Tulio y Tarquino el Soberbio quien fue derrocado en el año 509 a. d. n. e. cuando la República Romana fue establecida– señala la crónica que el primero y el último eran etruscos, es más Servio Tulio podría ser otro etrusco, llamado Mastarna, quien constituyó una nueva alianza latina, de la cual estuvo al frente. En esta liga podemos vislumbrar unos lazos muy estrechos entre los aliados, que efectivamente la transforman en un Estado federal, pues los miembros de una ciudad pueden llegar a ser considerados ciudadanos de cualquier otra latina a la que se trasladen.

Según los poetas legendarios, lo cual aun resulta oscuro para los historiadores, el origen de Roma, se le asigna a tres tribus: una de origen latino, rumnenses, cuyo jefe era Rómulo; otro de raza Sabina, los titienses, con su jefe Tacio y los de raza etrusca, los luceres cuyo jefe tenía el título de Lucumo. Estos se reunieron en la orilla izquierda del Tiber y fundaron a la llamada Roma Quadrata en el Monte Palatino. Otra ciudad fundada por otro u otros grupos en el Quirinal se unió a la Roma Quadrata, surgiendo así la civitas (ciudad) llamada Roma. Cada tribu se dividía en diez curias. La asamblea del pueblo formalizaba los comicios curiados (comitia curiata) los que probablemente daban su aprobación al nombramiento de los magistrados.

Estructura social y política de Roma



En Roma al igual que Grecia, la primera división social se establece entre hombres libres y esclavos. Entre los hombres libres encontramos la siguiente división, distinguiendo ciudadanos (cives) y no ciudadanos o extranjeros (peregrini). La mujer es tratada siempre como menor de edad.

A los no ciudadanos se les admite residir en Roma, pero no poseen derechos políticos. Los ciudadanos gozan la civitas o ciudadanía. Estos derechos pueden obtenerse por nacimiento, por manumisión, por ley o por autorización especial del Estado; además, pueden perderse total o parcialmente.

En un comienzo los ciudadanos se dividían en patricios (patricii o patres) y plebeyos (plebs). Los patricios eran los padres de familia (páter familias) o bien son hijos de padres de familia vinculados a la obediencia paterna, descendientes de los primitivos romanos, y constituyen la aristocracia de la sangre, o sea que era una nobleza de raza y sólo ellos podían participar en el gobierno del Estado, gozando de todos los privilegios del ciudadano romano, de tal manera que llegaron a constituir una autentica casta, al extremo de estarles prohibido el matrimonio con los plebeyos. Estos últimos forman la mayoría de la población en Roma, y proceden sobre todo de los pueblos sometidos y de la inmigración; esta masa está separada de los patricios por carecer derechos cívicos, sobre todo debido a la necesidad de su cooperación en el terreno militar. Sus aspiraciones a la igualdad jurídica fueron el principal motor de la política interna de la república. Por extensión el término de “plebe” ha venido usándose para referirse al pueblo.

Otra categoría dentro de los hombres libres la componían los denominados clientes (cliens-entis). Se trataba de ciudadanos libres que voluntariamente se ponían bajo la protección de una persona rica (patronus –patrón–) creando derechos y deberes. El patrón debía a sus clientes socorro y asistencia, los defendía en justicia y les daba tierras para que la cultivaran; por su parte el cliente debía a su patrono abnegación, asistiéndole con su persona, siguiéndole a la guerra y aportando de su fortuna, para pagar por su rescate en caso de cautiverio, para dotar a sus hijas o para pagar las multas a que el patrón fuese condenado. Eran órdenes recíprocas enérgicamente sancionadas; si alguna de las partes no cumplía era declarado sacer (maldito, execrable) y podía ser muerto impunemente. En el siglo II a. d. n. e. hay unos 150.000 clientes en Roma, procedentes de los proletarios (Proletarii), hombres para quienes la única riqueza es su descendencia. También existían los esclavos, cuyo número creció considerablemente con las guerras.

Al mando del Estado se encontraba el rey al que corresponde todo el poder (imperium) y dicta las órdenes (dictator). Tiene las funciones de juez supremo, jefe del ejército y soberana autoridad religiosa. Es elegido entre el pueblo como jefe de una gran familia política (mágister pópuli). Su potestad en períodos de paz era muy limitada porque el legítimo poder radicaba en el jefe de cada familia patricia (pater familias), que tenía competencia sobre los miembros de su grupo, e incluso podía condenar a muerte. El rey contaba con el concurso de un senado (senatu), integrado por nobles ancianos, que le controlaba estrictamente y que no dictaba leyes, sino que sólo presentaba propuestas, o sea que era un órgano meramente consultivo.

Por otra parte, arriba dijimos que la civitas (ciudad) llamada Roma fue el resultado de la integración de tres tribus. Cada tribu se dividía en diez curias. Pero cada curia comprendía a su vez un cierto número de gentes (gens). La curia era una división artificial, las gens eran un grupo natural formado sobre la base del parentesco. Cada gens comprendía el conjunto de personas descendientes por línea de varones de un autor común. A la muerte de estos, sus hijos se convierten en jefes de familias distintas. Estas familias conservan el distintivo de su común origen. Cada familia está puesta bajo la autoridad de un jefe pater familia. Estos patres y sus descendientes, componen las gentes de las 30 curias primitivas, y forman la clase de los patricios (Patricii), que constituyen una nobleza de raza y solo ellos podían participar en el gobierno del Estado, gozando de todos los privilegios del ciudadano romano como lo habíamos manifestado anteriormente.

Cada curia proporcionaba al ejército 100 soldados, es decir, una centuria. Los 300 soldados aportados por las 30 curias componían la legión, unidad primera y esencial del ejército romano. Los infantes eran plebeyos. Los patricios constituían la caballería, que constaba de 300 jinetes, 100 por tribu que posteriormente pasaron a ser 600, 200 por tribu.

Los miembros de las treinta curias o «comicios curiados» (comitia curiata) formaron el estilo más antiguo de poder legislativo. Sus decisiones se convertían en leyes (leges curiatas). Además, elegían y proclamaban a los monarcas, e instituían sobre la paz y la guerra.

Tiempo después aparece el régimen republicano como forma de gobierno, que se extiende desde el 510 a. d. n. e., cuando se puso fin a la monarquía con la expulsión del último rey, Lucio Tarquino el Soberbio, hasta el 27 a. d. n. e., fecha en que tuvo su inicio el Imperio.

En reemplazo del rey, la ciudadanía elegía anualmente a dos magistrados, conocidos como «pretores» (o jefes militares), que luego tomaron el título de cónsules. La participación dual en el ejercicio del poder supremo y la restricción a un año de permanencia en la magistratura prevenían el riesgo de la dictadura. La naturaleza del Senado, órgano asesor ya existente durante la monarquía, fue variada al formar parte de él los plebeyos, señalados como «conscriptos» (conscripti), por lo que desde entonces la denominación oficial de los senadores fue la de patres conscripti (padres conscriptos). En un comienzo sólo los patricios tenían derecho a ocupar las magistraturas, pero el descontento de la plebe ocasionó una violenta lucha entre los dos grupos sociales y la creciente desaparición de la discriminación social y política a la cual los plebeyos fueron sometidos. De esta manera la plebe adquirió gradualmente distintos derechos y tuvo acceso a todos los cargos civiles y religiosos; constituyéndose en aquel momento una nueva aristocracia de nobles (nobiles), sustentada en la riqueza y el cargo.

Durante la etapa de la «República», Roma empleó una política exterior expansionista; ayudada por sus aliados, lucharon contra etruscos, volscos y ecuos. Asimismo destacamos, entre muchas otras, en este período tres guerras conocidas como las Púnicas (punicus derivada de poeni), nombre con el que los romanos conocían a los cartagineses de descendencia fenicia. La causa de las guerras, en términos generales, fue el dominio del mar Mediterráneo. En consecuencia, la primera guerra Púnica se inicia en el 264 a. d. n. e. contra Cartago por la supremacía del mar Mediterráneo. Cartago era en ese lapso la potencia marítima hegemónica en el mundo y manejaba de modo absoluto el Mediterráneo central y occidental, simultáneamente Roma ejercía su predominio en la península Itálica. La guerra finalizó en el 241 a. d. n. e. con la cesión a Roma de Sicilia que se convirtió en una provincia romana, la primera posesión exterior de Roma. Al poco tiempo, Cerdeña y Córcega fueron despojadas a Cartago e incorporadas como provincias.

Al lograr Roma un equilibrio de fuerzas en el mar, Cartago se alistó para restablecer las hostilidades; entonces, adquirió posesiones en Hispania. Luego, bajo la conducción de Amílcar Barca, Cartago conquistó la península Ibérica hasta los límites del río Tajo. Asdrúbal, yerno de Amílcar, siguió la actividad de sumisión de esta región hasta su muerte (221 a. d. n. e.). Entre los años 221 – 219 a. d. n. e. el general cartaginés Aníbal, hijo de Amílcar, sitió a Sagunto (España) y amplió las conquistas cartaginesas hasta el río Ebro; así se dio inicio a la segunda Guerra Púnica en el 218 a. d. n. e. Después Aníbal atravesó las Galias y los Alpes, derrotó a los romanos en Tesino, Trebia, Trasimeno y Cannas; Sin embargo, quedó débil por los esfuerzos de sus triunfos y la falta de ayudas. Los romanos enviaron a Escipion a África, y Aníbal que había vuelto de Italia, fue derrotado en Zama. Finalizando de esta forma la segunda guerra Púnica en el 201 a. d. n. e. con una paz humillante para Cartago.

Antes de presentarse la tercera guerra Púnica, Roma debió enfrentarse a Macedonia por el dominio del mar Egeo en las llamadas «Guerras Macedónicas». Durante las dos primera guerras el ejército macedonio fue conducido por Filipo V, quien finalmente resultó derrotado en el año 197 a. d. n. e. Igualmente con la colaboración de las ciudades griegas del sur, los romanos actuaron contra Antíoco III Megas, rey de Siria, al que vencieron en Magnesia del Sípilo en el año 190 a. d. n. e. y le obligaron a entregar sus territorios en Europa y Asia Menor. Perseo, hijo y sucesor de Filipo V, prosiguió la rebeldía contra los romanos, lo que motivó la tercera Guerra Macedónica. En el año 168 a. d. n. e. su tropa fue puesta en fuga en Pidna por el cónsul Paulo Emilio. Macedonia se convirtió en provincia romana en el 148 a. d. n. e. Dos años más tarde, la revuelta final de la Liga Aquea en Grecia contra el dominio romano concluyó con la conquista y destrucción de Tebas y Corinto, y toda Grecia cayó en manos de la república, que la incorporó a la provincia macedónica. Es de anotar, que Roma adoptó gran parte de su cultura, arte, literatura, filosofía y religión.

Tiempo después, Roma reanudó su lucha contra los cartagineses en la tercera Guerra Púnica (149 – 146 a. d. n. e.), la que finalizó cuando Publio Cornelio Escipión Emiliano tomó y arrasó a Cartago, la que a partir de ese momento forma parte de la provincia romana de África. La ocupación de Numancia en el 133 a. d. n. e. le puso fin a una serie de campañas en la península Ibérica. Del mismo modo, ese año Roma anexó a su control el reino de Pérgamo tras la muerte de su último gobernante, Atalo III; poco después este territorio formó parte de la provincia de Asia.

La expansión acarrea inmensos cambios en la sociedad romana. El gran problema ahora es la anacrónica e ineficaz estructura política, organizada para administrar una pequeña ciudad–estado y no para la enorme comarca que es ya Roma. Como resultado de esta situación se produce una crisis institucional que conduce a muchas revueltas, revoluciones y guerras civiles. En adelante, la constitución republicana estuvo a merced de quien tuviera el apoyo militar más fuerte, así aparece en el escenario Lucio Cornelio Sila. Con la llegada al poder de Sila en el año 84 a. d. n. e., se inicia el periodo republicano denominado «Pre-imperial» y finaliza con la proclamación de Octavio Augusto como emperador. Es la época de los «Triunviratos» en la que el poder republicano va decayendo paulatinamente. También surgen personajes ambiciosos cuyo objetivo principal era el poder. Es el caso de Julio César, quien no sólo extendió el poderío de Roma invadiendo la Galia, sino que desafió por vez primera la autoridad del Senado romano, alzándose como mandatario absoluto en Roma y haciéndose nombrar dictador (Dictator), lo cual le costó la vida durante los Idus de marzo del año 44 a. d. n. e., restableciéndose de esta manera la república; pero su retorno fue transitorio, ya que el «Imperio Romano» como sistema político surgió tras las guerras civiles que siguieron a la muerte de Julio César.

Después con la proclamación de Octavio Augusto –hijo adoptivo de Julio César– comienza el periodo llamado «Alto Imperio Romano». Esto sucede a raíz de los éxitos militares de Agripa, Octavio recibió el título de Augusto (27 a. d. n. e.) y el Alto Imperio se extiende hasta la llegada al poder de Diocleciano (284 d. n. e.), con el que da comienzo un nuevo periodo: la «Tetrarquía», es decir el gobierno entre cuatro o «Imperio Colegiado», que crea una nueva división de poderes y una organización territorial distinta a la vigente en el Alto Imperio. Este largo período es conocido como «Bajo Imperio Romano», que se extiende hasta la disolución del Imperio Romano de Occidente en 476 d. n. e., cuando las invasiones bárbaras pondrán la puntilla final, dando paso a la «Edad Media». El Imperio de Oriente proseguirá su existencia bajo la denominación de «Imperio Bizantino» hasta la caída de Constantinopla en el año de 1453.

La esclavitud en Roma


Con relación al esclavo legalmente carecía de todo derecho: era instrumentum vocale (“herramienta que habla”); es una cosa, un objeto, una mercancía, por consiguiente, se puede comprar y vender. El precio de un esclavo nos llega a través de Marco Porcio Catón, y sabemos que era de promedio unos mil quinientos denarios, precio que subió a lo largo del siglo II a. d. n. e., hasta alcanzar los veinticuatro mil sestercios. Con todo, a Roma, no la podemos considerar esclavista sino hasta mediados del s. III a. d. n. e., cuando emprendió la conquista de un imperio más allá de sus fronteras.

Inicialmente los esclavos eran pocos, convivían en la casa familiar, compartiendo el culto y los trabajos. Es a partir de fines del siglo antes señalado cuando se incrementa el número de esclavos de manera significativa como resultado de las Guerras Púnicas, guerra social y guerra civil que pusieron bajo el control de la oligarquía senatorial enormes territorios, de forma especial en el sur de Italia. Así Roma obtenía nuevos dominios, la afluencia de esclavos creció rápidamente y con una gran magnitud, comenzaron a formarse mercados en donde se vendían esclavos de diferentes características, pero en su mayoría se ocupaban para la agricultura en las tierras de los ricos, de tal manera que los campesinos fueron perdiendo terreno poco a poco ya que no podían competir contra la producción de los grandes terratenientes que ocupaban una gran cantidad de esclavos. Esta situación ocasionó un rápido descenso del campesinado romano que en otras épocas había constituido el compacto soporte de pequeños propietarios de la pirámide social de la ciudad. Los que no morían eran incapaces de conservar sus tierras, absorbidas por la nobleza ecuestre y senatorial. Muchos campesinos buscaron alternativa en las ciudades, pero la ruina de los mismos y el hecho de que abandonaran las tierras se convirtieron en uno de los hechos más graves de la historia interior del Estado romano.

La descomunal cantidad de esclavos vinculados a la producción se refleja en el período del año 200 al 167 a. d. n. e., que aseguraba las correspondientes reservas de mano de obra para los ejércitos de la República. De esta manera fue posible que el 10% de todos los hombres libres y adultos de Roma estuvieron alistados permanentemente en el ejército.

Es valioso anotar que entre los mismos esclavos había diferencias sociales. No era lo mismo ser esclavo por motivo de guerra, que ser hijo de mujeres esclavas, a los que los llamaban «vernae» (esclavo nacido en la casa del dueño) y gozaban de cierto prestigio que los distinguían de los primeros, que no habían nacido en esa condición.

Existieron otras formas de obtener esclavos; por ejemplo, el abandono de niños, quienes los recogían eran libres de hacerlos esclavos si así lo deseaban; las operaciones de intercambio de sal y granos por esclavos que realizaban los comerciantes con pueblos y comunidades más allá de las fronteras del imperio, y la piratería. Otra fuente de esclavos provenía de delincuentes u otra gente que fuera degradada a esa clase social por algún motivo. Realmente el esclavismo no era más que la clase social más baja.

Del mismo modo los romanos podían caer en esclavitud si otros poblados les ganaban. Por ejemplo, el triunfo del cartaginés Aníbal sobre los romanos –dirigidos por Publio Escipión– en la segunda Guerra Púnica, cuando los derrotó en Tesino en el 218 a. d. n. e., un año más tarde en el lago Trasimeno venció al cónsul romano Flamminio y luego en el 216 en Cannas; además de los miles de romanos muertos, también fueron miles los hecho esclavos. Sin embargo, en el año 28 a. d. n. e., un contingente de 400 tropas romanas, se dio muerte antes de arriesgarse a ser conquistados por los frisones.

Los esclavos podían recuperar su libertad (manumisión), ya sea servi publici (pública, otorgada por el Estado) o servi privati (privada, a cargo de los dueños). La libertad se la concedían por varios motivos: como premio a un buen comportamiento, por el trabajo intelectual que desarrollaban. Esto ocurrió con los esclavos provenientes de la Antigua Grecia, que de alguna manera el amo lo estimaba con mayor educación que la suya. Estos eran los que servían como secretarios, administradores o educadores. También el propio esclavo compraba la libertad a su amo; es el caso, por ejemplo, del emperador Diocleciano, quien era hijo de un esclavo que había comprado su libertad. El esclavo manumitido se denominaba «liberto», que goza de derechos restringidos y continúa debiendo a su antiguo dueño respeto y lealtad. Algunos llegaron a ocupar cargos y obtener riquezas.

En un comienzo los esclavos no tenían derecho a casarse, pero una ley posterior les autorizó hacerlo entre ellos (contubernium); los hijos de esta unión serían propiedad del patrón y a cambio éste se encargaría de su manutención y bienestar. Los padres no tenían ningún derecho sobre el hijo.

Las relaciones que se establecieron entre los esclavos y sus patrones fueron de índoles bien diferentes, en la república era legal y normal azotar a un esclavo e incluso matarlo, aunque afortunadamente era una minoría; fue ya en la época de Adriano cuando los esclavos empezaron a disfrutar de una cierta protección legal con leyes que prohibían el asesinato de un esclavo.

Las familias romanas inicialmente poseían un mínimo de uno o dos esclavos en casa, pero en la fase imperial abundaron tanto que no era raro que familias como la de Plinio el Joven contara con 500, y el propio emperador tenía cerca de de unos 20.000 que incluían los que gestionaban ciertas tareas en las provincias, cuantos más esclavos mayor status social y económico. El emperador poseía un esclavo para su toga de día, otro para su toga de tarde, otro que se encargaba de sus sandalias, otro de sus masajes, otro de sus postres, otro del agua, otro del vino, otro de la carne, otro del pescado, otro de limpiar la cubertería, otro de limpiar la plata… en fin, por cada pequeña cosa poseía un esclavo.

A los esclavos se les podía poner un collar con una placa en la que se leería tenemene fucia et revo cameadomnum et viventium in aracallisti, traducido como “detenedme si escapo y devolvedme a mi dueño”.

A finales de la República quizá el 90% de los artesanos de Roma eran de origen esclavo. Se calcula que en el 225 a. d. n. e. habría en Italia 4.400.000 personas libres frente a 600.000 esclavos. En el año 43 a. d. n. e. la población libre no habría crecido, mientras que los esclavos serían 3.000.000 (cinco veces más que en la fecha anterior).

Es de singular importancia expresar, que Roma no fue ajena de muchas revueltas por parte de los esclavos que anhelaban la libertad, protestaban contra el sufrimiento y deseaban vengarse de sus propietarios. El poeta e historiador ateniense, Calístrato nos cuenta que los esclavos que conspiraban contra la seguridad de sus amos eran generalmente quemados vivos como castigo, lo cual denota que las conjuraciones de esta clase eran abundantes. Así en el año 136 a. d. n. e. surgió en Sicilia una trascendental sublevación de esclavos que fue sofocada. Disturbios similares sucedieron en el resto de Italia, y Roma se enfrentó con una nueva amenaza.

Espartaco, un gladiador tracio, de una escuela de gladiadores de Capua, en el año 73 a. d. n. e., escapó y logró formar un ejército de esclavos prófugos, aproximadamente de 120.000 hombres, concentrados en el monte Vesubio. Derrotó a varios cónsules romanos y se apoderó prácticamente de toda la Italia meridional, entre matanzas y saqueos. Después fue vencido y muerto por Licinio Marco Craso, quien formaba el gobierno del triunvirato con Pompeyo y Cesar. Asimismo, Craso hizo sacrificar unos 6.000 conspiradores más a lo largo de Vía Apia, mientras Pompeyo arrasaba las restantes fuerzas en Etruria.

En el año 22 a. d. n. e., dos tribus hispánicas, los satures y los cántabros, se rebelaron contra el poder romano. En seguida fueron dominados y sometidos a la esclavitud, pero muchos prefirieron el suicidio antes que la opresión.

Tiempo después de haber aparecido el cristianismo, el esclavismo era reconocido como “voluntad de Dios”. San Agustín manifestaba que “la esclavitud era el castigo que Dios imponía al pecado”. A los esclavos devotos se les enseñaba obediencia y sumisión, bloqueándole automáticamente la posibilidad de exigir o recuperar su libertad. Sin embargo, en esta etapa se avanza en la protección del esclavo, pues se establecen normas que prohíben marcar con hierro candente la cara de los mismos y la calificación de homicida a quien causare la muerte intencional del esclavo. Igualmente los niños esclavos que fueran abandonados al nacer, son libres a partir de emperador Constantino.

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